KAELAN
Había pasado un mes desde que la guerra con Aris sucedió. El aire del Bosque Plateado olía a paz.
El mismo bosque que alguna vez fue un lugar de dolor para mi Luna, ahora vibraba con risas, música y vida.
Las antorchas marcaban un camino de luz dorada hacia la gran explanada, donde la manada entera se había reunido.
Al centro, Rhydan y Mila bailaban bajo la luna llena, rodeados de su familia, sus lobos y sus hermanos.
El viento movía el vestido blanco de Mila, sencillo pero radiante, tejido con hilos de luna y coronado por una cinta plateada en su cabello.
Rhydan no apartaba la mirada de ella, la sostenía con esa mezcla de amor y respeto que solo los verdaderos alfas saben dar.
Sus movimientos eran suaves, lentos, como si el mundo se hubiera detenido solo para ellos.
Y quizá así era.
Me quedé observándolos, con Lyra sentada en mis brazos y Elian dormido en el pecho de Laurenth.
Lyra aplaudía, feliz, con sus rizos rebotando mientras gritaba entre risas:
—¡Tío Rhyd! ¡Tía Mila! ¡B