A Stella, su corazón siempre la ha mantenido enferma, por lo que, se ha negado a vivir plenamente el poco o mucho tiempo que le quede de vida. Su única opción, es un trasplante al que no puede acceder y su tiempo se está acabando, por lo que su sueño de ser una diseñadora de modas, solo se quedará en su mente. Todo esto es así, hasta que, por azares del destino, se ve envuelta en un terrible accidente, que la lleva a conseguir el corazón que le dará una segunda oportunidad. Con las esperanzas renovadas y con un futuro que pinta ser mucho mejor, decide empezar a cumplir sus sueños, sin embargo, cuando conoce a Valentina, la hija pequeña de su jefe, quien no ha asimilado de forma correcta la muerte de su madre, las cosas toman un rumbo inesperado. Así es, como termina sin su puesto de modista, pero con un nuevo empleo como la niñera de la hija de su jefe, con quien empieza a convivir mucho más y la atracción entre los dos, es innegable. Todo parece marchar perfecto entre ellos, pero hay un gran problema… ¿Qué hará Lorenzo cuando descubra de quién es el corazón que late en el cuerpo de Stella? ¿Puede una persona enamorarse del mismo corazón que late en otro cuerpo?
Leer másEl reloj de la sala del médico marcaba las tres de la tarde cuando Stella recibió la noticia que tanto temía.
—Lo siento, Stella —dijo el médico con un gesto compungido—. Ninguno de los tratamientos ha funcionado. Tu corazón se ha ido debilitando y las cámaras se han agrandado. Como resultado, tu corazón ya no puede bombear suficiente sangre a tu cuerpo. Necesitas un trasplante urgente.
«Necesitas un trasplante urgente»
Los ojos de Stella se llenaron de lágrimas mientras escuchaba las palabras del médico, sintiendo cómo la esperanza se desvanecía poco a poco.
—Sé que es difícil de aceptar, pero el costo de la operación es alto y sé que no cuentas con los recursos para cubrirlo.
Stella asintió con tristeza. Provenía de una familia humilde y el gasto que implicaba una cirugía de ese tipo era simplemente inalcanzable para ellos. La joven de cabello oscuro y mirada desgarrada se sentía impotente ante su destino.
—¿No hay nada que se pueda hacer, doctor? —preguntó con la voz temblorosa. Intentando aferrarse a una esperanza.
El doctor suspiró.
—Podemos ponerte en la lista de espera para un trasplante, sin embargo, la lista es larga y no podemos garantizar cuánto tiempo tomará conseguir un donante adecuado para ti.
Stella asintió de nuevo, sintiendo cómo la esperanza se desvanecía aún más. Ahora estaba en manos del destino y debía esperar una oportunidad que tal vez nunca llegaría.
El dolor se abrió paso por su cuerpo, controlo sus lágrimas y con dificultad agradeció al doctor.
—Gracias por todo, doctor Marchetti —susurró.
—Lamento no poder hacer mucho por ti, Stella, de verdad que lo lamento —expresó ante la terrible verdad.
Stella había sido su paciente por mucho tiempo y saber que no había muchas esperanzas para ella le provocaba tristeza. Como profesional y como humano, lamentaba no poder darles buenas noticias a sus pacientes.
—Ya ha hecho mucho por mí, gracias —reiteró.
Stella empujó la silla con cuidado para que no hacer ruido, le dedicó una triste sonrisa al galeno y salió de la habitación con un nudo en su garganta y el deseo de gritar y llorar hasta quedarse sin voz.
Sentía que algo le pesaba en el pecho y no era la falta de aire, era la vida, la que se le escapaba de las manos, meses y meses de tratamiento. Una vida a medio vivir, sueños truncados, esperanzas rotas.
—¿Por qué? —susurró al cielo, al tiempo que este se abría y dejaba caer una cortina de agua sobre ella.
Las lágrimas de Stella se mezclaron con la lluvia, su mano se aferró a su blusa sobre su pecho, mientras un alarido de dolor escapó de su garganta.
Dolía no tener esperanza, dolía saber que estaba apagándose poco a poco. Marchitándose lentamente como una flor que no recibía agua, ni sol, dolía saber que pronto sus ojos se cerrarían y no volvería a ver a su madre jamás.
Las piernas de Stella cedieron y cayó de rodillas en la fría y húmeda acera, mientras un llanto desgarrador era liberado de su garganta… Esa tarde, Stella lloró como nunca antes lo había hecho, ni siquiera fue consciente del tiempo que pasó tirada en la acera, ni de cómo hizo para llegar a su casa…
«El doctor Marchetti te ha traído»
Stella no recordaba haber visto al doctor, tampoco haber estado en su auto, pero entonces, ella recordaba poco de esa tarde, había llorado tanto, que su corazón se agitó y fue arrastrada por un manto de oscuridad.
En los días siguientes, Stella intentó seguir con su vida normal, fue a su trabajo como todas las mañanas, disfrutó de cada momento, entregándose a una de sus pasiones, costuró cada pieza de cada vestido como si quisiera dejar su huella en ellas, para que quien la usara pudiera sentir la pasión y el amor con que fue hecho. Sin embargo, cada latido emocionado de su corazón era un recordatorio constante de su fragilidad. Sentía como si la muerte estuviera respirándole en la nuca, esperando el momento oportuno para llevarla consigo. Cada día que pasaba en la lista de espera sin tener noticias positivas, sus esperanzas de vivir se morían un poco más.
—Tenemos que continuar, Stella, no podemos perder la fe —pronunció su madre aquella mañana, mientras Stella se preparaba para un día más de trabajo.
—Aún tengo fe —susurró para calmar a su madre. Stella sabía los esfuerzos que su madre hacía para parecer fuerte delante de ella.
Chiara animaba a su hija todas las mañanas, pero por dentro su corazón se estremecía de dolor al ver cómo la vida de su única hija se escapaba como agua entre los dedos. Incluso en secreto, había solicitado al doctor Marchetti, le hiciera las pruebas necesarias para poder donarle su propio corazón. Así era el amor que sentía por ella, para su pena y desgracia, no era una persona apta para la donación.
—No estás sola, hija, yo siempre estaré contigo —le prometió Chiara.
Stella dejó lo que estaba haciendo y abrazó a su madre, dejó que sus lágrimas se derramaran por sus mejillas, dejó que fueran libres y desahogar de esa manera la presión que sentía en el corazón.
—Lo sé, mamá, sé que siempre estarás a mi lado. Te amo —le dijo, dejando un beso sobre la frente de la mujer.
—Te amo, mi cielo —sollozó la mujer.
Stella se obligó a sonreír, respiró un par de veces y habló.
—Dejemos el drama, mamá, el próximo fin de semana nos iremos de paseo. Recorreremos las calles de Milán y no repararemos en gastos, te invitaré a comer a uno de esos restaurantes famosos cerca de Duomo Rooftops.
—Comer allí debe costar una fortuna, hija —refutó ella.
—Qué importa, mamá, será una vez —dijo, luchando para que el nudo en su garganta no la dejara sin voz.
Chiara asintió.
—Está bien, hija, nos iremos de paseo —dijo.
—No se diga más, este fin nos aventuramos fuera de estas cuatro paredes. Quiero visitar los grandes almacenes de ropa, quizá pueda reconocer alguna de mis prendas —dijo.
Desde aquel día, Stella arrastró a su madre por las calles de Milán, visitó calles que jamás imaginó, se permitió ilusionarse, se permitió soñar, aunque todo fuera un mero sentimiento efímero, se permitió ser feliz y gozar los últimos días de su vida. «Vive Stella, vive como si hoy fuera el último día de tu vida», le había dicho el doctor Marchetti en su última consulta. En el último mes, ni un solo paciente había sido movido en la lista.
—Stella, ¡Stella! —llamó Emilia, su mejor amiga.
—Perdón. ¿Qué me decías? —le preguntó.
—Me pregunto… ¿Quién ocupa tus pensamientos?
Stella negó, mientras dobló el corte y remató la puntada.
—Lo siento, me distraje.
—¿Es un chico? —preguntó Emilia con curiosidad.
—Estás loca, Emilia, ¿en mi condición?
—No tienes una enfermedad contagiosa, Stella.
—No, pero de igual manera, tarde o temprano me llevará a la muerte —dijo, cortando el hilo y viendo que todo estuviera perfecto en el vestido que recién había terminado.
—¿Tan malo es? —preguntó la chica, sentándose en el banco, justo al lado de Stella.
—Necesito un corazón nuevo para vivir —susurró ella en tono bajo—. No es tan malo —añadió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
Emilia abrió la boca, pero no pudo emitir palabra alguna, no sabía que su amiga estuviera tan mal.
—Es tarde, debemos volver a casa —dijo Stella, no quería hablar más sobre su enfermedad, nada de lo que dijera cambiaría su destino.
—¿Estás segura de que no hay nada que se pueda hacer?
Stella negó.
—Nada —repitió.
—Lo siento mucho, Stella —susurró.
—Estoy bien, Emilia, no te aflijas por mí —mintió con ánimo.
La muchacha tomó la mano de Stella y le dio un ligero apretón.
—Sabes que cuentas conmigo, ¿verdad?
—Lo sé, gracias.
—Salgamos de aquí, es tardísimo —dijo al fijarse en la hora, el reloj marcaba las diez de la noche.
—Tendremos que pagar un taxi —señaló Stella.
—Podemos caminar, el ejercicio le hace bien al corazón —dijo…
Stella negó, aun así, tomó sus cosas y salió detrás de su amiga.
Lorenzo observó el cuerpo desnudo de su esposa Lionetta enredado entre las sábanas, con marcas inequívocas de lo que habían hecho recientemente. Se habían dejado arrastrar por la pasión aquella tarde, luego de disfrutar de un almuerzo en honor a su quinto aniversario de casados.
—Voy a desgastarme si continúas mirándome de esa manera —pronunció ella, fue un susurro perezoso y excitado que hizo estremecer a Lorenzo. Luego de cinco años de matrimonio, él seguía locamente enamorado de su mujer.
—Te he visto de esta manera por los últimos cinco años, Lionetta, y sigues igual de hermosa.
—Me adulas demasiado, Lorenzo —refutó ella con una media sonrisa en los labios.
El hombre deslizó la punta de su nariz por el cuello de su esposa.
—Me limito a decir la verdad, Cara mía.
Lionetta dejó escapar una suave y melodiosa risa que calentó el corazón de Lorenzo.
—¡Nunca me cansaré de ti! —aseguró, tomando su boca, dispuesto a volver a hacerle el amor.
—Detente, Lorenzo —pidió ella, intentando alejarlo.
—¿Qué pasa, Cara?
Ella se mordió el labio.
—Me gustaría tener otro bebé —susurró ella.
Los ojos de Lorenzo se abrieron de par en par, su corazón se agitó dentro de su pecho y casi enloqueció de felicidad.
—¡Me encanta la idea! —gritó—, sobre todo, la práctica —añadió con picardía.
Lionetta lo besó dispuesta a entregarse de nuevo, esa noche había dejado de tomarse la píldora, en verdad, quería buscar un hermanito para Valentina, pero sus intenciones fueron interrumpidas por el sonido estrepitoso de su móvil.
—No respondas —gruñó Lorenzo cuando la vio estirarse para ver cuál de los dos teléfonos sonaba.
—Es una llamada del hospital, no puedo dejar de responder —dijo.
Lorenzo protestó cuando ella se apartó de él y atendió la llamada.
—¿Es urgente? —la escuchó preguntar, mientras Lionetta buscaba su ropa, algo le decía que su noche de aniversario había llegado a su fin.
Lionetta era pediatra y una de las mejores, pero su trabajo no tenía horario y las emergencias en más de una ocasión le habían dejado con ganas.
—¿Tienes que irte? —preguntó besando la curva de su cuello, se había levantado de la cama, mientras ella cortaba la llamada.
—No quisiera, pero tengo una emergencia, un caso de apendicitis en un niño de seis años —explicó con rapidez.
—Te llevaré —se ofreció Lorenzo apartándose de ella para buscar su ropa.
—No es necesario, cielo, además, Valentina puede despertar y no quiero que se quede sola. —Lionetta le acarició la mejilla antes de darle un corto beso en los labios—. Volveré y entonces terminaremos lo que dejamos pendiente —añadió con una dulce sonrisa.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo, siempre volveré, Lorenzo, siempre —le aseguró.
—Y yo siempre voy a esperarte —le prometió él.
—Lo sé, te amo —le dijo antes de caminar hacia la puerta de la habitación.
—¡Ti amo cara! —le gritó Lorenzo desde la puerta mientras ella bajaba las escaleras.
La risa de Lionetta llenó de felicidad el corazón de Lorenzo, sin pensar que era la última vez que iba a escucharla.
Lorenzo nunca imaginó que solo una hora más tarde, la vida le iba a cambiar para siempre, cuando el sonido de su móvil se escuchó.
—Aló.
—¿Señor Bianchi?
—Sí, con él habla.
—Soy el agente Zanatta, le hablo desde el hospital para informarle que su esposa, ha sufrido un accidente.
—¿Qué? ¿Cómo que un accidente? —preguntó con un nudo en la garganta— ¿Cómo está ella?
—Lo siento mucho, señor Bianchi.
—¡¡¡No!!! ¡¡¡No!!! —gritó Lorenzo de manera desgarradora.
Lorenzo miró con ojos de amor a sus hijos. Valentina estaba sentada sobre la cama, cuidando de Marco, a quien también le leía un cuento. Sus dos hijos eran su razón de existir, eran el regalo más hermoso que dos mujeres especiales y únicas le habían regalado. ¿Que si tenía motivos para ser feliz? Los tenía, se consideraba no solo un hombre feliz, sino muy afortunado por tener una segunda oportunidad en la vida.—¿Qué haces?Lorenzo se giró para ver a Stella parada detrás de él.—No me canso de verlos, son tan perfectos —musitó, girando la cabeza para ver a sus pequeños.—Son nuestros hijos, Lorenzo, siempre serán perfectos a nuestros ojos.Él asintió, pues era la más absoluta verdad.—Ven, vamos a la sala, hay algo que quiero compartir contigo —le pidió Stella, tomando su brazo para llevarlo con ella.—¿Vamos a dejarlos solos?Stella sonrió.—No pasará nada, cariño, Valentina es una niña muy responsable, sabe cuidar de su hermanito.—Hasta que llegan las sorpresas y es la primera en a
Stella se movió inquieta sobre la cama, por momentos sentía un calor intenso que terminaba pateando las sábanas y luego, minutos más tarde, el frío la azotaba que lloriqueaba jalando las sábanas de nuevo sobre su cuerpo, no comprendiendo que era lo que le sucedía.La joven embarazada apartó por décima vez la sábana, se sentó a la orilla y bufo con molestia, miró a Lorenzo, estaba plácidamente dormido a su lado, mientras que ella no podía conciliar el sueño.—¿Qué pasa, bebé? —preguntó, acariciando su vientre. Su pequeño se había estado moviendo todo el día, Stella juraba que Marco había tenido un encuentro de fútbol dentro de su vientre; sin embargo, ahora parecía muy calmado, demasiado que estaba empezando a preocuparse.Stella se puso de pie, caminó un momento por la habitación, contando ovejitas con el único propósito de que el sueño tocara a su puerta, pero antes de contar a diez, un ligero dolor le atravesó el vientre, como si de repente tuviera ganas de ir al baño.Un nuevo tiró
Lorenzo movió las piernas con impaciencia, llevaba una hora sentado en la sala de espera del hospital, miraba su reloj cada cinco minutos, por lo que, la hora se le había hecho una verdadera eternidad.—Si continuas así, estarás ingresado antes de que Stella y Valentina puedan llegar —expresó Nico, tratando de tranquilizar a su mejor amigo.—Se están demorando y para mi gusto, demasiado —refutó él, poniéndose de pie y caminando por la sala.Nico suspiró, ¿cómo le decía a su amigo que, eran ellos quienes habían llegado demasiado temprano a la cita? Él no se atrevería, lo último que necesitaba era que Lorenzo le saltara a la yugular por acusarlo de impaciente, aunque fuera verdad.—¿Le has llamado a Stella? —preguntó Nico.—Sí.—¿Te ha respondido?—Sí, dijo que estaba saliendo del taller —respondió, deteniéndose delante de Nico.—Bueno, entonces no tienes nada de qué preocuparte, hombre. Todo está bien, las chicas tienen mucho por hacer y la cita no es hasta dentro de una hora —dijo fin
La pareja se separó cuando el aire empezó a faltarles, las mejillas de Stella estaban rojas como una manzana, sus labios ligeramente hinchados por el beso y Lorenzo sonreía con la felicidad de un hombre enamorado.—¡Yupi, yupi! ¡Ahora, sí eres mi mamita! —gritó Valentina, levantándose de la silla y corriendo a los brazos de Stella, quien no dudo en abrazarla.—Eres la hija de mi corazón, mi pequeña bribona —le susurró al oído. Valentina dejó escapar una infantil carcajada, como quien se ve sorprendida en medio de una travesura, y es que, lo último que le había hecho a Nico, no había sido cualquier cosa. El hombre había pasado un trago amargo.—Te amo —susurró Valentina.Stella la besó.—Yo también te amo, mi cielo —le aseguró, mientras los presentes se acercaban para felicitarlos, reclamando toda su atención.Valentina regresó junto al lado de Chiara, esperando volver a tener la atención de los novios, mientras Emilia y Nico, sonreían felices por la felicidad de sus amigos.—Se ven ta
Los siguientes días fueron una bruma para todos. Los resultados del concurso de diseño se dieron y para sorpresa de todos, Alda, la jefa del taller salió ganadora, sus diseños estarían siendo exhibidos en la pasarela de la siguiente temporada, pero eso no era todo, la casa de Modas Bianchi, estaría lanzando su primera colección infantil, de la mano de Stella.Valentina era la más emocionada de todos, pues no solo la colección llevaría su nombre, sino que, su nombre sería la marca oficial de la sección.—¡No puedo creerlo! ¡Papi, Stella! ¡No puedo creer que mi nombre será conocido por todos! ¡Estoy emocionada! ¡Papi, pellízcame, pellízcame! —pidió eufórica, dando saltitos de un lado a otro, apartando sus rizos de la cara cada vez que se le venían al frente, pues estaban sueltos.Lorenzo miró a Stella y se encogió de hombros y se acercó para pellizcar el brazo de la niña, total, ella lo había pedido, ¿no?—¡¿Qué haces?! —medio preguntó, medio gritó Valentina, al sentir los dedos de su p
Stella buscó el calor de Lorenzo, sus lágrimas se habían detenido, pero su pecho aún dolía, por llorar tanto.—Lo siento —musitó, cuando el beso se vio interrumpido por la falta de aire.Lorenzo respiró profundo, la miró con ternura y le acarició con devoción.—No hay nada por qué disculparse, Stella. El pasado ha quedado atrás, hoy a la luz de un nuevo día, empezaremos a escribir nuestra historia de amor.Stella asintió.—Te amo —susurró.Lorenzo la apretó contra su pecho, el cuerpo de Stella temblaba y estaba frío. Con cuidado y sin lastimarla le frotó los brazos para que la fricción generara un poco de calor, pero no era suficiente.Stella gimió cuando él se alejó.—Lorenzo…—Buscaré algo con qué calentar tu cuerpo —dijo, abriendo la puerta para ir a buscar en el armario, pero Stella no lo dejó solo, se levantó del sillón y lo siguió a la habitación, donde lo encontró, desordenando la poca ropa que aún tenía en casa de su madre.—Ven, Lorenzo —pidió Stella.—Aquí debe haber algo —i
Último capítulo