Capítulo 3. Segunda oportunidad

«¡Ayuda! ¡Por favor, alguien que me ayude!»

Stella abrió los ojos, los gritos se escuchaban tan reales y tan cerca de su oído que no pudo evitar interrumpir su sueño, tenía aquella pesadilla todas las noches luego de despertar en el hospital y recibir una segunda oportunidad de vida.

—¿Stella? —la llamó su madre.

—Estoy bien, mamá, solo quiero ir al baño —se apresuró a tranquilizarla.

Stella guardaba en secreto aquellas pesadillas, ella juraba que era la voz de la mujer a quien ayudó a salir del coche casi en llamas, de aquella mujer de la cual no volvió a saber nada, aunque preguntó por ella; nadie supo darle razones, Stella ni siquiera llegó a saber su nombre.

—¿Estás segura? Te ves un poco pálida —señaló Chiara con preocupación, no era la primera vez que Stella despertaba en medio de la noche, lo llevaba haciendo hacía seis meses, desde que despertó con un nuevo corazón. 

Chiara le había preguntado al cardiólogo en secreto, pues temía que el cuerpo de su hija rechazara el trasplante, pero el galeno le había asegurado que no era el caso. Y la muestra era el tiempo que había pasado desde la operación y la recuperación de Stella, sin embargo, una madre no dejaba de preocuparse y ella más tras casi perderla.

—Estoy bien, mamá, no te preocupes, ahora vuelvo —dijo, encerrándose en el cuarto de baño.

Stella sabía que no debía mentirle a su madre, pero tampoco quería preocuparla con algo que no podía cambiar, quizá solo tenía que esperar que el tiempo hiciera su trabajo y ella pronto pudiera olvidar el accidente y los gritos de ayuda de la mujer.

A la mañana siguiente, Stella se despidió de su madre. Era su primera semana de regreso al trabajo, para su fortuna, la empresa le había concedido el permiso para su recuperación, tiempo que, ella aprovechó para tomar unas cuantas clases de alta costura en línea, no era lo mismo que las clases presenciales, pero le había ayudado mucho a mejorar en favor de su trabajo. También había estado diseñando algunos modelos de trajes de gala, esperando tener la oportunidad de enseñárselos a su jefe inmediato y quizá tener un ascenso. Era muy pronto esperar tal cosa tras varios meses de ausencia, pero la esperanza era lo último que se perdía y ella lo había experimentado en carne propia.

La mano de Stella acarició su pecho por encima de la ropa, la cicatriz que descansaba allí debajo, era el recordatorio de que siempre había una esperanza, por muy difícil que la situación se presentara, por muy fuerte que los vientos soplaran, siempre había una esperanza.

«Mientras haya vida, habrá esperanza», pensó para sí con optimismo…

Entretanto, en la casa Bianchi, Lorenzo se enfrentaba al quinto despido en lo que iba del mes, no había manera de que Valentina aceptara a ninguna de sus niñeras.

—Tienes que comprenderla, Lorenzo, todo esto es muy difícil para ella —le aconsejó Bruna, su relacionista pública y amiga—. Valentina perdió a su madre, es normal que se resista a tener la compañía de una niñera, además de ser una desconocida para ella.

Lorenzo se mesó el cabello con frustración, sus ojos se fijaron en la pequeña figura de Valentina, su hija tenía los bracitos cruzados, aferrando su muñeca entre ellos.

—No puedo hacer otra cosa, ella necesita quien la cuide mientras no estoy en casa —refutó, sentándose en el sillón. Estaba cansado de la situación y del rechazo de Valentina hacia otras mujeres.

—Puedo cuidarla si quieres —se ofreció Bruna con una amable sonrisa.

Lorenzo elevó la mirada.

—Bruna…

—No quiero a nadie —espetó Valentina con lágrimas en los ojos.

—Cariño, yo no soy nadie, soy amiga de tu papi y lo fui también de tu mamita. Estoy segura de que ella estará feliz de que sea yo quien me haga cargo de ti —musitó en tono conciliador, pero que no logró conmover a la niña.

—Solo quiero estar con mi papá —musitó ella.

Bruna le sonrió.

—Esto parece un poco difícil —aceptó la mujer.

—Te lo dije —convino él.

—Estás presionando a Valentina, quizá deberías pasar más tiempo con ella —intervino Anna, que había estado callada, sentada en una esquina de la sala.

—Han pasado seis meses, querida Anna.

La muchacha miró a Bruna.

—Así pasen seis años, Valentina tiene derecho a vivir su duelo, es una niña, no pueden esperar que ella acepte a cualquier mujer en su vida —espetó Anna con molestia ante la intervención de Bruna.

—Valentina tiene que continuar, todos tenemos que hacerlo, es lo que a Lionetta le habría gustado, además, la niña necesita dejar el pasado atrás.

La mandíbula de Lorenzo se tensó al escuchar a Bruna, lamentablemente, ella tenía razón, la vida tenía que continuar, aunque sin Lionetta, era vivir a medias.

—En todo caso, Bruna, este es un tema familiar, no deberías opinar.

—Anna…—Lorenzo llamó su atención.

—No voy a disculparme, Lorenzo, es la verdad. Bruna tiene que saber dónde empieza y termina los límites de la amistad —refutó molesta.

—Mi intención solo fue ayudar, no esperé que eso causara molestia y como no es mi deseo, me retiro —dijo, tomando su bolso—. Te veo mañana en la oficina, si necesitas algo no dudes en llamar —añadió, colocando una mano sobre el hombro de Lorenzo, una pequeña, pero notable acción que Anna tuvo en cuenta.

—Fuiste grosera con Bruna —la regañó Lorenzo.

—Solo me limité a decir la verdad.

—Valentina necesita quien la cuide y vigile, no puedo estar las veinticuatro horas del día a su lado, Anna, y tú tampoco puedes hacerlo —le recordó.

—Pero Bruna no es una opción, trabaja en la empresa, ¿a qué hora tendrá tiempo para cuidar de Valentina? —le cuestionó con rudeza.

—Será mejor que dejen la conversación para otra ocasión, sus gritos se escuchan hasta la entrada y Valentina no está ni a dos metros de distancia —intervino Nico, llegando a la sala.

Anna miró a Lorenzo antes de tomar a la niña y llevarla a su habitación, dejando a los dos amigos a solas.

—¿Problemas? —preguntó el abogado.

—Desde que Lionetta se fue, todo en mi vida son problemas —se quejó.

—¿Valentina?

Lorenzo asintió.

—He tenido que despedir a otra niñera, ella no acepta a ninguna y me temo que no lo hará —musitó con frustración.

—Tienes que darle tiempo, Valentina es una niña muy inteligente, pronto entenderá y comprenderá la realidad.

—¿Y qué haré mientras eso suceda?

—Llévala contigo a la empresa, eres el dueño, puedes hacerlo —le animó.

—Va a aburrirse encerrada en las cuatro paredes de la oficina —refutó.

—Quizá no, quizá lo que ustedes dos necesitan es pasar más tiempo juntos, desde lo de Lionetta, te has sumergido en el trabajo y le dedicas poco tiempo, eso no es bueno para ella, Lorenzo —le hizo ver Nico, tratando de que no sonara a reproche; sin embargo, no lo logró.

El hombre sintió pesar y culpa.

—Quizá tengas razón.

—Normalmente, la tengo —presumió en son de broma, pero Lorenzo no sonrió.

—Es posible que funcione —meditó el hombre luego de un largo e incómodo silencio.

—Vi a Bruna salir, parecía un poco enfadada —comentó para cambiar la conversación, no obstante, era volver a ella.

—Se ofreció a cuidar de Valentina, hubo unas pequeñas diferencias entre Anna y ella —respondió sin más.

—Bruna ha estado muy al pendiente de ti y de la niña, me parece que sus intereses no son puros y amistosos —señaló.

Lorenzo prefirió no navegar por esas aguas.

—¿Un trago? —ofreció para aligerar las cosas, para su fortuna, Nico aceptó y la conversación fluyó por otros rumbos. Contratos, marcas, telas y exportaciones, todo eso que alejaba a Lorenzo de su amarga realidad y de la tristeza que le embargaba la soledad de su habitación.

Nico se despidió horas más tarde, recordándole a Lorenzo sobre la reunión a primera hora de la mañana y la cual no podían volver a retrasar.

Aquella noche, Lorenzo no acudió a su recámara, se quedó junto a Valentina y vigiló su sueño, disculpándose en silencio por no ser el padre que ella necesitaba en aquellos momentos tan difíciles…

A la mañana siguiente, Lorenzo y Valentina salieron rumbo a la oficina, la niña se veía contenta y emocionada.

—¿Trabajaré contigo, papito? —preguntó, mientras Lorenzo encendía el motor del coche y se ponía en marcha.

—Sí, pero tienes que prometer que vas a portarte bien —le dijo, dándole una mirada.

—Yo siempre me porto bien, ¿puedo dibujar? —cuestionó de nuevo.

—Puedes.

—¿También puedo hacer ropa para mi muñeca?

Lorenzo la miró y le sonrió.

—También puedes hacerlo.

—¡Yupi! ¡Yupi! —gritó la niña con voz cantarina y por primera vez en varios meses, Lorenzo se sintió útil de nuevo.

El auto de Lorenzo Bianchi se desplazó por las calles de Milán, la noche anterior había llovido y algunas pozas de agua aún adornaban las calles, fue en una de ellas, luego de girar en una vuelta que él no pudo esquivarla y terminó mojando a la muchacha que esperaba el autobús.

—La hemos bañado —musitó Valentina, estirando su cabeza por la ventana para mirar a la joven, sin embargo, la imagen de la muchacha se fue perdiendo en la distancia.

—No he podido frenar a tiempo —dijo, justificándose delante de su hija, ella asintió, mas no dijo nada más.

La oficina no era lo que Valentina imaginó, toda la mañana se vio encerrada en las cuatro paredes de la oficina de Lorenzo con las visitas intermitentes de Bruna y la secretaria. La pequeña se asomó a la ventana desde donde podía ver las calles de la ciudad, suspiró con aburrimiento, tomó su muñeca y sacó la cabeza por la puerta.

Valentina salió al darse cuenta de que la secretaria no estaba en su escritorio, cerró y caminó por los pasillos, estaba aburrida y se sentía muy sola, más sola que en casa, así que, buscó algo con que entretenerse hasta que se detuvo al escuchar una pequeña conversación.

—¡Me ha bañado por completo! —se quejó la mujer.

—¿No te diste cuenta de quién era? —preguntó la otra muchacha, mientras Valentina metía la cabeza entre la puerta y el marco.

—No, no me dio tiempo, pasó como alma que lleva el mismísimo diablo —gruñó Stella.

—Bueno, esperemos que la jefa no baje a supervisar hoy, porque si te ve así, seguro te manda a casa antes de terminar la jornada.

—No la invoques, Emilia, ha sido una suerte que hoy esté ocupada.

—Tienes razón—dijo—. Por cierto, he escuchado que se ha reunido con el jefe de jefes. Quizá la oportunidad de mostrar tu talento este por llegar.

—¿A qué te refieres? —preguntó con curiosidad.

—Bueno, la semana pasada, escuché a unas compañeras hablar sobre un concurso de diseño que están organizando en el alto mando. Tu eres buena en eso, he visto tus diseños, Stella, quizá esta sea la oportunidad de dar el gran salto —dijo entusiasta la muchacha.

—¿Tú crees?

—¿Por qué no? —cuestionó Emilia con una sonrisa en los labios.

Stella se encogió de hombros.

—Tienes razón, quizá sea una buena oportunidad, después de todo, mientras haya vida, habrá esperanza —dijo.

Valentina abrió los ojos al escucharla, esperó a que la chica de cabello negro se alejara y se fijó en la otra mujer que se quedó, tratando de limpiar su falda con un poco de fuerza. Ella se asomó un poco más para verla mejor y por un momento su pequeño corazón se agitó al mirar sus cabellos color chocolate, igual al cabello de su mamá; las lágrimas se aventuraron a sus ojos de inmediato.

«Recuerda mi pequeña, Valentina, mientras haya vida, habrá esperanza»

—Mamá —susurró…

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