El rugido constante del avión privado se mezclaba con el silencio pesado que envolvía la cabina. Thiago permanecía con los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas y los ojos fijos en la alfombra oscura, como si buscara allí alguna respuesta imposible.
Valeria, recostada en el asiento contiguo, lo observaba. Tenía la piel más pálida de lo normal, quizá por el agotamiento de los últimos días, quizá por el peso insoportable de la incertidumbre. Le tomó la mano con suavidad.
—No podemos pensar en lo que podría pasar —susurró, con la firmeza de alguien que se niega a quebrarse—. Solo en lo que vamos a hacer. Lo vamos a recuperar, Thiago.
Él levantó la mirada, sorprendido por la fuerza en sus palabras. Su esposa, aún con las huellas recientes de un parto, irradiaba determinación.
—No debería haberte traído —murmuró, con la voz cargada de preocupación—. Esto no es un lugar para ti.
Valeria arqueó una ceja, con esa mezcla de ternura y carácter que siempre lo desarmaba.
—Es mi h