Luciana McNeil caminaba por el pasillo del área pediátrica del hospital como si nada. Cada paso medido. Cada gesto perfectamente contenido. Pero dentro de ella… ardía.
No fue suficiente haberlos visto.
No era solo celos. Era frustración, se sentía traicionada. Era el puñal clavado en la espalda de una mujer que lo había dado todo. Familia, reputación, acceso, cuidados.
Ella había estado allí. Desde que la hermana a la que fingía llorar fue enterrada. Ella sostuvo a Thiago cuando se desplomó. Ella fue la tía perfecta para Clara, la ejecutiva discreta, la compañera de todas las cenas incómodas.
Y ahora…
Ahora la “doctora sin filtro” salía de un armario riéndose con su hombre.
—No va a durar —susurró Luciana, con la voz helada mientras entraba a su oficina privada—. No lo voy a permitir. Primero la destruyo.
Horas después, en los niveles subterráneos del estacionamiento del hospital, donde las cámaras no llegaban y el silencio era espeso, Luciana se apoyó contra una columna mientras cons