Cuando regresamos a la habitación después de la cena, el silencio nos envolvió. No era un silencio incómodo; era denso, cargado de todo lo que no se decía. Alex cerró la puerta lentamente, como si con ese gesto sellara algo entre nosotros.
Yo estaba de pie, apoyada contra la pared, observándolo. Tenía el saco colgado sobre el brazo, la camisa medio desabotonada, y en su rostro aún podía leerse la tristeza reciente, pero también… algo nuevo. Sus ojos me recorrían como si quisiera asegurarse de que yo estaba ahí, real, presente, sosteniéndolo.
—Valentina… —murmuró, apenas un suspiro.
Su voz quebrada me estremeció. No contesté, simplemente avancé un paso hacia él. Fue suficiente. Alex cerró la distancia de golpe y me besó.
Ese beso no tuvo nada de tibio. Fue hambre contenida, fue desahogo, fue un hombre roto que encontraba refugio en alguien que lo entendía. Sentí la urgencia en su boca, el calor en sus manos al sujetarme por la cintura y pegarme a su cuerpo, la fuerza con la que parecía