Más tarde, en la mesa del comedor, Ivanna estaba sentada en unos de los asientos junto a una ventana. Nathan revisaba unas carpetas con posibles apartamentos. Nielsen ya buscaba en las paginas de joyeria en linea.
—¿Platino blanco o dorado? —le preguntó, mostrándole dos anillos sencillos pero hermosos.
Ella los miró.
—Lo que ustedes quieran… yo los usaría igual.
Nathan se le acercó y la abrazó por detrás.
—Dinos qué te hace feliz, y lo tendremos. Lo prometo.
Ella bajó la mirada, tragando saliva. Por primera vez, sus manos temblaban sin fingir. Algo estaba cambiando. Y no le gustaba.
“¿Qué haré… cuando llegue el momento de destruirlos?”
“¿Y si me quedo sola para siempre? ¿Y si… me arrepiento?”
El reflejo en el espejo le mostró una mujer con los ojos húmedos. Pero no de venganza. Sino de miedo.
Miedo a amar a sus enemigos.
O peor aún…
Miedo a que ellos, con cada gesto dulce, estén sanando el odio que la había mantenido viva.
La mañana siguiente, Reik y Nicolás se presentaron en el apart