El reloj de la sala marcaba las tres de la madrugada, pero nadie tenía ganas de dormir realmente. La casa estaba en silencio, salvo por el crujir leve de la madera y el murmullo distante del viento que golpeaba las ventanas. Ivanna estaba acurrucada en el sofá, las lágrimas secas todavía en sus mejillas, su respiración irregular y pesada. Los acontecimientos de la noche la habían dejado exhausta, pero más que el cansancio físico, era el peso emocional lo que la tenía atrapada.
Nathan y Nielsen se sentaron a su lado, dejándose caer suavemente sobre la alfombra mientras la rodeaban con sus cuerpos. Los dos gemelos se acomodaron a su lado, formando un pequeño refugio cálido y protector. Ivanna apoyó la cabeza sobre el hombro de Nathan, sintiendo cómo el aroma de su perfume la anclaba al presente. Nielsen rodeó su espalda con el brazo, como un muro invisible que la separaba del mundo exterior.
—Descansa un poco —susurró Nathan, rozándole los cabellos—. No tienes que hablar ahora. Solo res