—¡Bájame, grandulón! —protesta Reik, mientras Nicolás lo carga en brazos con facilidad, un dia despues.
—No —responde Nicolás con voz firme, aunque los ojos le brillan llenos de lágrimas contenidas—. Estás pálido. Te me vas a desmayar si sigues forzándote. Solo quedate quieto.
—¡No estoy pálido, es la luz de la ventana! —Reik patalea un poco, pero no con fuerza. En el fondo, le gusta estar así, sostenido, protegido.
Nicolás lo ignora y lo lleva directo hasta su cama, dejándolo con cuidado sobre las sábanas limpias. Cuando Reik se acomoda y lo ve llorando de nuevo, suspira con una sonrisa suave.
—¿Por qué estás llorando ahora, grandote?
Nicolás se sienta en el borde de la cama y se frota los ojos con el dorso de la mano.
—Porque… porque… —su voz tiembla, gruesa y bajita—. Porque no sé qué hacer… y… y no quiero perderte…no me haces caso. Solo recordar lo mal que la pasaste se me encoje el corazón.
Reik suelta una risita bajita, aunque también tiene los ojos llorosos.
—Eres tan ridículo…