—¡Oye, cuidado con ese clavo! —grita Reik desde la escalera, sujetando un balde con pintura blanca.
—Tranquilo, cariño, que no me clavo yo mismo… aunque si quieres clavarme tú… —Nicolás se gira con esa sonrisa de medio lado, sudado, sin camiseta, la madera llena de aserrín y su torso cubierto de polvo y gotas de sudor.
—¡Nicolás! —Reik lanza una carcajada nerviosa, sintiendo cómo se le suben los colores hasta las orejas—. ¡Estás imposible!
—Lo sé —dice, guiñándole un ojo antes de volver a serruchar una tabla gruesa que convertirá en la división del baño.
Ese día amanecieron temprano, como si fueran un matrimonio de años. Reik hizo café con leche caliente y panecillos con queso crema. Nicolás subió sus herramientas y comenzó a medir el piso del ático, moviéndose con decisión y fuerza mientras su omega lo miraba con ternura desde un rincón.
—Pen se que lo tuyo era solo mecanica ¿Cuando aprendiste tanto carpintería, grandulón? —pregunta Reik, apoyando la barbilla en sus manos.
—Con papá,