“Sí, mamá, todo está bien aquí, no te preocupes… No, no es necesario que vengas, de verdad, todo está bien… De verdad, mamá, no vengas…”
“Si, mamá, te prometo que haré un tiempo para ir a visitarlos, dile a papá que pronto estaré por allá…”
Mari colgó el teléfono suspirando pesadamente, cada vez era más difícil inventar excusas para mantener a su familia ajena a sus problemas.
La puerta de la biblioteca se abrió y cuando Mari volteó, vio entrar a Daniel, de nuevo, ella volvió a suspirar pesado.
— Mari, tenemos que hablar… — Afirmó Daniel, cerrando la puerta tras él, mientras que veía a Mari de espaldas.
— Ahora no, Daniel… — Soltó Mari frustrada, cerrando los ojos con fuerzas.
— No me respondiste nada a lo que te dije antes… Te pedí perdón, Mari… Te fuiste y me dejaste hablando solo… — Daniel se acercó con cuidado, desde atrás, Mari se volteó con el entrecejo arrugado.
— ¿Y qué quieres que te diga, Daniel? ¿Qué ya te perdoné? ¿Qué ya todo está olvidado y está bien? ¿Así de