— ¡¿Dónde está…?! ¡¿Dónde está mi hija?! — Gritó Isabela desesperada, corriendo por el pasillo de emergencia del hospital.
— ¿Mamá? — La llamó Mari desde atrás de una cortina al escuchar y reconocer la voz de Isabela.
— ¡Mari! — Isabela corrió la cortina de un tirón y la vio.
Mari estaba recostada en una camilla, su rostro estaba ligeramente hinchado y enrojecido, su cuerpo se veía algo amoratado, los ojos de Isabela se cristalizaron apenas vio a su hija en ese estado y al instante ella saltó para abrazarla.
A pesar de la condición en la que Mari se veía, Isabela estaba sumamente aliviada de ver a su hija con vida.
— Mari… Hija… — Gimió Isabela, estallando en llanto al tiempo que rodeaba a su hija entre sus brazos con ternura.
Más atrás, Máximo las observaba, aunque sus ojos se habían cristalizado con la escena, él sonreía tenuemente, una expresión muy difícil de ver en él, pero que demostraba que él estaba feliz de que su hija estuviera viva.
— Mamá, papá… ¿Qué hacen aquí? —