Kael
El sonido del motor del auto alejándose fue como el estallido de una granada en el silencio de la tarde.
Me quedé de pie en el umbral de la cabaña, con el pecho subiendo y bajando de forma errática, mientras el aroma de Lyra ese rastro de nieve y ceniza que se había convertido en mi único oxígeno se desvanecía en el aire.
Cuando el silencio regresó por completo, el vacío me golpeó con la fuerza de un alud.
— ¡Maldita sea! —el grito surgió de lo más profundo de mis pulmones, desgarrando mi garganta.
Lancé un puñetazo contra el marco de la puerta, sintiendo cómo la madera se astillaba y mis nudillos crujían, no me importó el dolor físico comparado con la agonía que me devoraba por dentro, aquello no era más que una caricia.
Entré de nuevo en la pequeña habitación donde minutos antes, la había poseído con una desesperación que ahora se sentía como una condena.
Agarré la mesa de madera y la volqué con una fuerza brutal, las sillas volaron contra las paredes, rompiéndose en mil