Kael
El reloj de la torre principal marcaba las tres de la mañana cuando mis pies, descalzos y cubiertos de una costra de barro y sangre seca, pisaron el mármol frío de la entrada de la mansión.
Los guardias de la puerta se quedaron petrificados.
Mi apariencia era la de un espectro: mi ropa estaba hecha jirones por la transformación salvaje, mi piel presentaba cortes de las zarzas y mis ojos seguían encendidos con el brillo dorado de un lobo que ha tocado fondo.
Había vagado por el bosque durante horas tras la partida de Lyra había corrido hasta que mis pulmones ardieron, buscando en la naturaleza una respuesta que solo el acero podía darme el dolor del lazo de Mate, ese tirón constante que me decía que ella estaba cada vez más lejos, se había transformado en una rabia gélida contra mí mismo y contra los hombres que me rodeaban.
— ¡Convoquen al Consejo! —rugí. Mi voz hizo que los guardias se cuadraran por instinto—. En el salón de guerra ahora.
— Alpha, es de madrugada... los an