Las botas crujían sobre la escarcha mientras el viento cortante nos azotaba con fuerza. Los guerreros estaban listos. El grupo reunido en el patio aguardaba mi orden, pero algo no encajaba.
El cielo, que amaneció despejado, había cambiado abruptamente. Las nubes grises se arremolinaban con violencia y la nieve comenzaba a caer con una intensidad inusual. En minutos, todo el terreno quedó cubierto, y las ráfagas no daban tregua.
—Creo que tendremos que postergar la partida —dijo Leo, mirando al cielo, la capa empapada de nieve sobre los hombros.
—Eso parece, hermano… —asentí, frunciendo el ceño—. Es como si la madre Luna se negara a que vayamos.
Leo se encogió de hombros con una sonrisa ladina.
—¿Y de qué te preocupas? Deberías estar feliz. Vas a pasar unos días más con tu esposa, prolongando esa luna de miel a la fuerza.
Lo miré de reojo, pero no pude evitar sonreír.
—Y eso me encanta. Me hace feliz, no te lo voy a negar… Me dolía tener que irme así, dejarla de golpe. Ella no se merec