Me acerqué a ella con pasos firmes, dejando que la tensión se deslizara por mi piel como un río desbordado. Aún podía sentir el calor de su cuerpo frente al mío, su aroma mezclado con el del jabón y la pólvora que aún impregnaba su cabello. Tenía la respiración agitada y sus ojos brillaban con ese fulgor que siempre lograba desestabilizarme. No iba a contenerme más.
La tomé de la cintura y la atraje hacia mí con fuerza. La abracé con ferocidad, con la misma intensidad con la que había deseado protegerla, y le devoré la boca en un beso impaciente, salvaje, cargado de todo el enojo, el miedo y el deseo que había acumulado durante la batalla.
Ella respondió sin dudarlo. Se aferró a mis hombros y me devolvió el beso con igual intensidad. Nuestras lenguas se encontraron con hambre, nuestras manos se aferraban como si el mundo fuera a caerse a pedazos si nos soltaban. Mis dedos recorrieron su espalda, subieron por su nuca y enredaron su cabello con desesperación. La apreté contra mí, sintie