Zarek no esperó más.
Con un rugido que heló la sangre, su cuerpo se arqueó y su transformación fue inmediata. Pero no era como la nuestra. No era licantropía pura. Lo que se desplegó ante nosotros era una bestia alterada, como si la maldad lo hubiera moldeado en otra cosa. Su piel se volvió grisácea, cubierta de vetas negras como venas de oscuridad líquida. De su espalda emergieron protuberancias óseas, alargadas como espinas. Su lobo era más grande, más denso, y sus ojos dorados brillaban con un fulgor antinatural.
Leo soltó un juramento en voz baja.
—¿Qué mierda se hizo este desgraciado…?
Zarek no dejó espacio para el análisis. Se lanzó sobre mí con una velocidad que no era natural ni siquiera para un alfa. Apenas alcancé a levantar las garras cuando ya su cuerpo chocaba contra el mío como una tormenta. Salí despedido hacia un tronco que se astilló a mi espalda. Me levanté al instante, sacudiéndome la tierra y la sangre, los músculos vibrando por el impacto.
—¡Esto no es licantropía