La sala de curación del castillo estaba en silencio, con un aire espeso, lleno del aroma de las hierbas que Dorian quemaba para acelerar la sanación. Enzo descansaba sobre la camilla, vendado, con su cuerpo marcado por la reciente batalla. Me senté a su lado, sosteniendo su mano con fuerza, como si el contacto pudiera aliviar su dolor.
—Está respondiendo bien —dijo Dorian mientras trabajaba en una herida profunda del costado—. Pero hay algo… curioso.
Fruncí el ceño.
—¿Curioso?
—Tu energía. Cuando lo tocas… su cuerpo responde. Observa.
Deslicé mis dedos sobre la piel herida de Enzo, sin saber muy bien qué estaba haciendo. Solo pensaba en él, en su bienestar. Cerré los ojos, y desde mi interior una corriente cálida se desplegó. Sentí que algo me recorría, no como fuego, sino como una luz viva que se desbordaba desde mi pecho.
La herida comenzó a cerrarse. Lentamente al principio… y luego como si el tiempo mismo cediera ante mi voluntad. Cuando abrí los ojos, la cicatriz había desapareci