La pesada puerta del castillo se abrió con un chirrido, y allí estaba ella, de pie como si el tiempo no hubiera pasado. El cabello recogido en su habitual moño firme, la capa de viaje algo polvorienta, pero la misma mirada sabia, firme, y llena de afecto que conocía desde que era apenas un cachorro.
—Tía… —susurré, y una ola de emociones me inundó el pecho. Di unos pasos hacia ella—. Qué sorpresa. Estos días he estado pensando mucho en ti, pero no creí que vinieras.
Su rostro, serio por un momento, se transformó al instante con una sonrisa suave. Avanzó hacia mí y, sin esperar más, me envolvió en un abrazo cálido que me golpeó como una ráfaga de infancia.
—Eres mi sobrino, y aun cuando seas el temible alfa oscuro… para mí sigues siendo mi niño —me dijo, mientras me palmeaba la espalda—. Aunque seas un ingrato, y nunca se te pase por la cabezota que tienes ir a visitar a tu pobre tía.
Reí en voz baja, pegado a ella unos segundos más.
—¿Mi pobre tía? De eso nada. Eres la mujer más fuert