El nombre quedó suspendido en el aire, vibrando con una energía propia, ajena a la tormenta que golpeaba los muros de la mansión.
Matilde.
Para Chloe, escuchar ese nombre en voz alta fue como recibir un disparo en el pecho. La presión de años de mentiras, de sostener el personaje, estalló hacia afuera, dejándola expuesta.
Intentó retroceder, intentó invocar la negación, pero sus piernas no respondieron. Brendan seguía sosteniendo su muñeca, su pulgar descansando sobre la marca de nacimiento como si fuera el único punto de anclaje en un mundo que giraba demasiado rápido.
—No me llames así —susurró, su voz un hilo roto.
—Es tu nombre —dijo Brendan. Su voz ya no tenía la dureza del interrogador. Era suave, impregnada de un asombro doloroso—. Es quien eres. Es a quien he estado buscando sin saberlo.
Él soltó su muñeca lentamente, pero no se alejó. Levantó la mano y, con una vacilación que delataba su propio miedo, le tocó la mejilla.
—Matilde Bennett —repitió él—. La niña que se cayó de l