La atmósfera en la habitación cambió, volviéndose frágil y cortante. La calidez del reencuentro se evaporó, aplastada por la desconfianza que Chloe había vuelto a alzar entre ellos como un muro de acero.
Brendan permanecía inmóvil, con las manos vacías donde segundos antes había sostenido a la mujer que había amado desde niños.
—No confías en mí —dijo él. No fué una pregunta, sino una constatación amarga.
—Creo en lo que veo, Brendan —respondió ella, su voz firme aunque por dentro temblaba—. Y veo que quieres sacarme del tablero justo cuando estoy a punto de hundir a Thomas.
—¡Eso es lo que él te quiere hacer creer! —explotó él, dando un paso hacia ella, frustrado—. Si pude descubrirte, él igual. Si no es que ya lo hizo. Debe saber que eres una amenaza o, al menos, que algo ocultas. Te hará creer que vas por delante antes de aplastarte, ¿no lo entiendes?
—Entonces déjame correr el riesgo. Es mi vida.
—¡Es un suicidio! —susurró con furia—. Por favor, Matilde, confía en mí. Entiende que