El suelo de la biblioteca parecía vibrar bajo el peso del silencio que siguió al colapso de Chloe. La alfombra persa era el único ancla a la realidad mientras su mente giraba en un vórtice de terror absoluto.
«Si no fue él, entonces estoy muerta»
La certeza era un puñal helado incrustado en su estómago. Si Brendan no tenía los archivos, eso significaba que su santuario había sido acechado por el verdadero depredador. Y en el ajedrez mortal que jugaba con Thomas Davenport, no había movimientos al azar.
—Chloe...
La voz de Brendan rompió la barrera de su pánico. No era la voz del ejecutivo gélido, ni la del hombre herido que la había confrontado en la gala. Era un susurro cargado de una urgencia cruda.
Sintió que él se arrodillaba frente a ella.
—Mírame —ordenó, pero sonó como una súplica, mientras sus manos acunaban el rostro de Chloe—. Respira.
Chloe alzó la mirada, sus ojos empañados por las lágrimas de impotencia. La máscara de hielo de Brendan se había hecho añicos. En sus ojos azu