El silencio que siguió a su acusación fue pesado y denso. Brendan permaneció de espaldas a ella, su cuerpo una silueta de tensión contra el gris de la ventana.
Chloe sintió su propia respiración, áspera y temblorosa, mientras la adrenalina de la confrontación la mantenía en pie. Había lanzado su última daga, acusándolo de venganza, y ahora esperaba el golpe de vuelta.
Él no se movió.
—¿Eso es lo que crees? —dijo al fin, su voz apagada, absorbida por el terciopelo de las cortinas.
—Es la única verdad que tiene sentido —replicó ella, aunque su voz temblaba—. Me odias por elegirlo.
Brendan se giró, tan lentamente que fue una tortura. Su rostro no estaba furioso. No estaba herido. Estaba... vacío. Era un cansancio tan profundo, tan absoluto, que superaba el hielo.
—¿Odiarte? —repitió él, como si probara una palabra desconocida—. Crees que todo esto... ¿mi vida, mis acciones... giran en torno a ti? ¿En torno a tus pequeños juegos con mi padre?
Su mirada se estrechó con dureza sobre la de