76. Una apasionada noche
Medea finalizó su baño relajante en la tina, saliendo con una bata y secando su cabello mojado con una toalla.
Invadida por el nerviosismo y la expectación de lo que estaba por suceder, se sentó frente a su tocador y aplicó una suave crema hidratante en su piel.
La esparció por sus piernas, brazos y cuello, imaginando la sensación de esas grandes y vigorosas manos acariciándola. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar que pronto las sentiría sobre su piel.
Impaciente, observó la hora en el reloj de su mesita de noche. Ya era casi el momento; solo faltaba poco para su aparición.
Al cabo de un instante, la puerta se abrió, y Medea no se levantó ni giró la cabeza. Sabía que era él; el simple aroma de su colonia en el aire lo confirmaba. Cerró los ojos y soltó un suspiro suave, pero tembloroso.
Su vientre palpitaba de deseo, una sensación que nunca había experimentado con tanta intensidad en su matrimonio anterior. Con él, todo era diferente y extraordinario.
Finalmente, se puso de pie