—¡Esto no va a quedar así, Paula! —rugió Franco, con los ojos encendidos de furia mientras la tomaba con brusquedad del brazo.
Paula apenas pudo responder con una sonrisa burlona.
Su respiración se aceleraba, su garganta se cerraba con un nudo de rabia e impotencia, pero no dijo nada.
Franco tiró de ella con violencia, sacándola de aquel salón donde las miradas cargadas de veneno y los cuchicheos ahogados habían sido una daga para su orgullo.
Una vez fuera, Paula lanzó un suspiro profundo, intentando recuperar el aliento, como si aquella simple bocanada de aire pudiera borrar el dolor que llevaba dentro. No lo logró.
Sus ojos brillaban de frustración contenida.
Entonces, sintió una mano firme y cálida posarse sobre su hombro. Se giró y encontró la mirada serena, aunque cansada, de Juan Carlos.
—Hija —dijo con voz grave, cargada de una emoción que intentaba contener—. ¿Podemos hablar?
Por un instante, Paula dudó. Había tanto resentimiento acumulado, tantos años de silencios y de herida