El mundo de Paula se tambaleó en aquel instante como un castillo a punto de derrumbarse.
Un frío helado le recorrió la espalda, paralizando cada músculo, haciendo que hasta su respiración se volviera entrecortada.
Sus labios temblaban, incapaces de formar palabra alguna.
Frente a ella, Javier la miraba con los ojos abiertos de incredulidad, la mandíbula tensa, la mezcla de rabia contenida y algo más, algo que Paula no lograba descifrar y que la hacía sentirse aún más vulnerable.
Era como si el pasado, el presente y el futuro se hubieran dado cita en aquel salón para enfrentarse en un combate silencioso y brutal, donde los lobos del dolor y la traición rugían dentro de ella.
Paula supo, con el corazón en un puño, que nada volvería a ser igual.
Que aquella vida construida con cuidado y rutina se desmoronaba ante sus ojos y que la protección que había creído tener era apenas un espejismo.
Respiró hondo y con voz temblorosa llamó a la niñera.
—Lleva a Ámbar y Perla a dormir, por favor.
La