En cuestión de segundos, Norman sostuvo a Rafael con firmeza entre sus brazos, asegurándose de que estuviera completamente a salvo.
Su corazón latía con fuerza, y podía sentir cómo el pequeño se aferraba a él con miedo, como si percibiera también la tensión que lo rodeaba.
Por un momento, todo quedó en silencio; los tres permanecieron inmóviles, conscientes de que habían estado al borde de una tragedia, de que un solo paso en falso podría haber significado un desastre irremediable.
Viena, temblando, con los ojos anegados de lágrimas que amenazaban con caer, miró a Norman.
Había miedo en su mirada, pero también algo más profundo: un reconocimiento silencioso del vínculo que los unía, un lazo irrompible que ni el tiempo, ni la distancia, ni el dolor podrían destruir.
Norman sostuvo a Rafael con firmeza, y su mirada intensa se posó sobre Viena.
Había rabia, preocupación y un amor contenido que jamás se había extinguido; solo había permanecido dormido, esperando el momento adecuado para d