Paula sintió que algo dentro de ella se quebraba en mil pedazos, como si la muerte misma la estuviera abrazando por dentro.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, pero no era solo tristeza; era un dolor brutal, desgarrador, el tipo de dolor que quema el alma y la deja vacía.
«Él… ¿Está con ella? ¿Acaso… mi esposo también quiere mi muerte?»
La sola idea le revolvió la mente, la volvió loca.
¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía alguien a quien amó con tanta intensidad, con tanta fe, convertirse en el verdugo de sus sueños?
Su respiración se aceleró, y un grito ahogado se le atoró en la garganta.
—¡Debemos irnos! —exclamó, su voz quebrada por el miedo—. ¡Estoy en peligro!
La anciana, con ojos llenos de preocupación, la tomó del brazo con fuerza, y juntas comenzaron a caminar apresuradas, como si el mundo estuviera a punto de derrumbarse a su alrededor.
Mientras tanto, Paula no pudo ver la escena que se desataba poco lejos de ahí.
Javier, con el rostro enrojecido por la rabia cont