—Quiero tres millones de dólares, ahora mismo —dijo Paula con voz firme, cada palabra cargada de determinación y rabia contenida, mientras sus manos temblaban ligeramente sobre la mesa.
Su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar, y sentía que cada segundo que pasaba podía cambiarlo todo.
El silencio que siguió fue insoportable; la tensión llenaba la habitación hasta el punto de asfixiarla. Cada respiración parecía más pesada que la anterior.
Él, con la calma de quien sabe que tiene el control, deslizó un papel hacia ella.
En él estaba el número de cuenta bancaria.
Paula lo miró, titubeando, sintiendo cómo un nudo se le formaba en el estómago.
La adrenalina corría por sus venas. No podía fallar. No podía permitirse un error.
Con manos temblorosas, pero decidida, sacó su teléfono y comenzó la transferencia, digitando cuidadosamente los números que podrían cambiar su destino.
Cuando finalmente pulsó “enviar”, sintió un extraño alivio mezclado con miedo: ya no habí