Cuando Paula supo que Felicia había logrado escapar, un fuego de indignación y rabia se encendió en su interior.
Cada fibra de su cuerpo vibraba con la certeza de que no podía permitir que esa mujer quedara impune.
Sus manos temblaban mientras levantaba el teléfono y, con voz firme y decidida, comenzó a organizar la búsqueda más intensa que pudiera imaginar.
—Vas a pagar por lo que hiciste, Felicia. No vas a escapar —murmuró entre dientes, sus ojos brillando con furia contenida, mientras la promesa resonaba en su mente.
Cada palabra era un juramento, un compromiso con la justicia y la memoria de los que habían sido víctimas de la crueldad de Felicia.
Esa misma tarde, mientras revisaba los informes y llamadas recibidas,
Paula recibió la visita de Viena. Ella se veía mejor, más serena, menos asustadiza, y Paula estaba feliz por esto.
El momento en que la vio fue casi una liberación para ella; se abalanzó a sus brazos y ambas se abrazaron con fuerza, sintiendo la calidez y la seguridad q