—¡Yo no hice nada! —gritó la mujer, la voz quebrada, temblorosa y cargada de un miedo que no podía disimular—. ¡No hice nada, lo juro, hijo, créeme! Ese video… todo está fuera de contexto.
Norman la miró con los ojos llenos de fuego y rabia, su madre era la arquitecta de su infelicidad.
Cada palabra de su madre era como un puñal que le daba vueltas en la cabeza, pero él ya no escuchaba razones.
Cada intento de excusa se perdía frente al dolor que llevaba encima, el miedo de lo que podría haberle hecho a Viena, su amor. Ya no creía en su madre.
Respiraba con fuerza, la mandíbula apretada, los nudillos blancos mientras llamaba a los guardias con un gesto brusco de la mano.
—¡Enciérrenla en el sótano! —ordenó, la voz cortante como un filo—. Y no la dejen salir. Si lo hace… si se atreve, acabaré con sus cómplices.
Los hombres asintieron, comprendiendo la gravedad de la orden, y la mujer gritó como un animal atrapado.
Su voz resonó en el pasillo largo, retumbando contra las paredes, mient