En el hospital
El pasillo del hospital estaba cargado de un silencio denso, roto solo por el eco de los pasos apresurados de médicos y enfermeras. Paula llegó con el corazón desbocado, apenas podía respirar. Sus ojos recorrieron la sala hasta encontrarlo: Javier. Él se levantó en cuanto la vio, sus brazos se abrieron y la envolvieron con fuerza, como si en ese abrazo pudiera sostenerla en pie.
—¿Cómo está? —preguntó con la voz áspera, casi quebrada.
—No han dicho nada —respondió un familiar con rostro desencajado—, pero… Paula, no lo vi bien.
Las palabras se clavaron en su pecho como cuchillos. Paula lo miró con miedo, con esa mezcla de negación y angustia que arde en lo más profundo del alma. Quiso hablar, pero la garganta se le cerró. Se sentó junto a Javier, y ambos esperaron en un silencio que les arrancaba segundos como siglos.
No tardaron en aparecer ellas. La tensión en el aire se volvió irrespirable cuando entraron a la sala con pasos firmes, como si el hospital fuera suyo. Los