En el hospital
El eco de los pasos apresurados resonaba en los pasillos blancos y fríos.
Felicia caminaba de un lado a otro, como una fiera enjaulada, con las manos crispadas y el rostro desencajado.
Franco Bourvaine, de pie junto a la pared, intentaba en vano calmarla.
—¡No me pidas que me calme cuando mi hija puede morir! —escupió Felicia, con la voz rota por la rabia y el miedo.
Franco iba a responder, pero en ese instante el doctor apareció al final del pasillo.
—La paciente está estable —dijo con voz firme—. La encontraron a tiempo… pero su estado emocional es alarmante. Está profundamente deprimida. Necesita atención psiquiátrica urgente, o podría intentarlo de nuevo.
Un silencio tenso se apoderó del grupo.
Felicia asintió, y sin esperar más, se dirigió a la habitación, con Franco pisándole los talones.
Al entrar, encontraron a Alicia sentada en la cama, con la mirada perdida y las mejillas empapadas de lágrimas.
Al verlos, un sollozo amargo le sacudió el cuerpo.
—¡Tonta! —exclamó Felicia, sin poder contener la mezcla de miedo y furia—. ¿Cómo pudiste hacernos esto?
Alicia levantó el rostro, sus ojos rojos y húmedos, y las palabras salieron como un grito desesperado.
—¡Lo amo, mamá! Y él me rechaza… —sus labios temblaron—. Todo por ella. Por Paula. Por esa mujer que lo traicionó… y que aun así él defiende.
Franco frunció el ceño, incrédulo, como si no pudiera entender lo que escuchaba.
—¿De qué hablas, hija?
Alicia giró lentamente la cabeza hacia él.
—Sí, padre… amo a Javier Villegas. Es mi único amor, y él se niega a corresponderme por culpa de tu “hija ejemplar”. Esa… zorra que le traicionó. —Un temblor recorrió su voz—. Y sin Javier… yo me muero.
Franco abrió la boca, pero las siguientes palabras de Alicia lo dejaron helado.
—Él y yo… estuvimos juntos. —Su tono se volvió casi desafiante—. Le di mi virginidad, papá. Y ahora… tiene que responderme. Porque ¡estoy embarazada! Y si él me deja… moriré de amor.
El silencio se hizo insoportable.
Franco sintió un nudo en el estómago, una mezcla de rabia, decepción y algo más que no quería nombrar.
Sin decir una palabra, dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta con un golpe seco.
Felicia lo siguió con la mirada hasta que desapareció por el pasillo… y entonces, algo cambió en su expresión.
Una sonrisa lenta, fría, se dibujó en sus labios, seguida de una risa suave pero venenosa.
—Vaya, vaya… cariño. —Sus ojos brillaban con un retorcido orgullo—. Parece que te he educado bien.
Alicia, con lágrimas aún en las mejillas, esbozó una sonrisa ladeada.
—Si me criaste como una fiera… ¿Acaso creíste que no aprendería a gruñir?
Felicia se acercó a su cama y le acarició el cabello con satisfacción.
***
Afuera, en la penumbra del estacionamiento del hospital, Javier esperaba junto a su coche, incapaz de apartar la mirada del teléfono que sostenía entre las manos.
El aire nocturno era pesado, cargado de ese silencio incómodo que antecede a las malas noticias.
De pronto, la vibración del móvil le hizo dar un salto. Contestó casi de inmediato.
—Diga.
Al otro lado, una voz firme, casi conspirativa.
—Señor Villegas, tenemos noticias… Hemos encontrado a su esposa. O, al menos, un pequeño rastro que podría conducirnos a ella.
Javier sintió cómo un latigazo de adrenalina le recorría todo el cuerpo.
Su corazón golpeó contra sus costillas con tal fuerza que casi le dolió.
—¿Dónde? —preguntó con urgencia—. ¿Dónde está? ¿Está con su amante?
—Está en Ciudad Barza. Sin embargo, aún no hemos podido localizar la dirección exacta.
Javier apretó la mandíbula, un destello frío en la mirada.
—En Barza… —murmuró, como si lo saboreara con rabia—. Entiendo. Mañana mismo estaré allí. Yo personalmente la buscaré.
Colgó la llamada con un movimiento brusco, guardando el teléfono en el bolsillo de su chaqueta.
Pero antes de que pudiera dar un paso, se encontró frente a frente con Franco Bourvaine.
El hombre lo miraba con un fuego oscuro en los ojos.
Sin previo aviso, Franco lo tomó por el cuello de la camisa y lo estampó contra la pared con tal fuerza que Javier perdió el aliento.
—¡¿Cómo te atreves?! —rugió, tan cerca que Javier podía oler el café y la furia en su aliento—. Te acuestas con Alicia… y luego la rechazas. ¿Acaso estás loco? ¡Ella intentó quitarse la vida por tu culpa! ¿Quieres matarla?
Javier lo miró con una mezcla de terror y confusión, intentando zafarse del agarre.
—Yo…
Pero Franco no le dio oportunidad de hablar.
—Olvídate de Paula para siempre —escupió las palabras con veneno—. Ella es una bala perdida, igual que su madre. Alicia es diferente. Alicia te ama, y es buena. —Su tono se endureció aún más—. Te casarás con ella.
Javier sintió que el mundo se le cerraba encima.
—No… no puedo…
—Puedes y lo harás —lo interrumpió Franco, apretando más el cuello de su camisa—. Porque ella está embarazada, y si no te casas con ella, nunca conocerás a tu hijo.
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