—¡Estás loco! —la voz de Paula resonó con fuerza, quebrándose apenas por la mezcla de rabia y dolor que la consumía—. ¡No es lo que tú decidas! Si no me quieres firmar el divorcio, entonces, te veré en el tribunal.
Dio un paso para alejarse, pero Javier, desesperado, la sujetó entre sus brazos. Sus manos temblaban, no por miedo, sino por el pánico de perderla para siempre.
—Me equivoqué… —murmuró, con la voz rota, los ojos empañados de un ruego que parecía no terminar—. Me equivoqué al culparte, lo sé, pero… Paula, perdóname.
Ella lo miró con incredulidad, con el dolor de quien ya no encuentra esperanza en las palabras vacías.
—¿Cómo voy a perdonarte? —su grito cortó el aire como un cuchillo—. ¡Tienes un hijo con otra!
El silencio fue brutal, como si cada palabra de Paula hubiera destrozado lo poco que quedaba entre ellos. Javier apretó los ojos, como si quisiera huir de la realidad, pero se obligó a hablar.
—Haré una prueba de ADN. —Su voz era tensa, casi un susurro que trataba de ser