En el hospital
El eco de los pasos apresurados resonaba en los pasillos blancos y fríos.
Felicia caminaba de un lado a otro, como una fiera enjaulada, con las manos crispadas y el rostro desencajado.
Franco Bourvaine, de pie junto a la pared, intentaba en vano calmarla.
—¡No me pidas que me calme cuando mi hija puede morir! —escupió Felicia, con la voz rota por la rabia y el miedo.
Franco iba a responder, pero en ese instante el doctor apareció al final del pasillo.
—La paciente está estable —dijo con voz firme—. La encontraron a tiempo… pero su estado emocional es alarmante. Está profundamente deprimida. Necesita atención psiquiátrica urgente, o podría intentarlo de nuevo.
Un silencio tenso se apoderó del grupo.
Felicia asintió, y sin esperar más, se dirigió a la habitación, con Franco pisándole los talones.
Al entrar, encontraron a Alicia sentada en la cama, con la mirada perdida y las mejillas empapadas de lágrimas.
Al verlos, un sollozo amargo le sacudió el cuerpo.
—¡Tonta! —excla