El mensaje llegó con el alba, traído por un jinete cubierto de nieve y sangre. Liria observaba desde la ventana de sus aposentos cuando el hombre cayó de su caballo en el patio central, inmediatamente rodeado por guardias. La conmoción fue inmediata: sirvientes corriendo, órdenes gritadas, y en menos de una hora, el castillo entero vibraba con una energía tensa y oscura.
Fue Myriam quien le trajo las noticias, entrando sin llamar, con el rostro pálido.
—Ha habido un ataque en la frontera este, mi señora. El puesto de Colina Negra ha caído.
Liria sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—¿Quién? —preguntó, aunque en su corazón ya conocía la respuesta.
—Tropas con el estandarte de Ervenhall, mi señora. Su padre.
Las palabras cayeron como piedras en un estanque helado. Su padre. El hombre que la había enviado como ofrenda de paz ahora desataba la guerra. ¿Acaso había sido ese el plan desde el principio? ¿Convertirla en una distracción, en un caballo de Troya dentro de las murallas de