El Gran Salón de Norvhar había sido transformado. Donde antes se celebraban banquetes y bailes, ahora se alzaba un estrado solemne. Los estandartes azules y plata colgaban inmóviles en el aire gélido que se colaba por las ventanas. El invierno había llegado con toda su crudeza, pero el frío que recorría la sala no provenía únicamente del exterior.
Liria ocupó su lugar junto al trono real, ataviada con un vestido de terciopelo azul oscuro y una capa forrada de piel blanca. La corona de plata sobre sus cabellos ya no le resultaba extraña. Observó cómo la sala se llenaba gradualmente: nobles, consejeros, representantes de los gremios y embajadores. Todos habían acudido al primer juicio público convocado por el rey Caelan en años.
—¿Estás preparada? —susurró Caelan, inclinándose hacia ella. Su rostro mostraba la tensión acumulada durante semanas de preparativos.
—Lo estoy —respondió ella con firmeza, aunque su corazón latía desbocado—. La verdad debe salir a la luz.
Las puertas del salón