El Gran Salón resplandecía bajo la luz de cientos de velas. Los estandartes de Norvhar —lobos plateados sobre fondo azul noche— pendían majestuosos de las vigas de roble, mientras la nobleza del reino se congregaba para el banquete de celebración por la victoria en la frontera oriental. Liria observaba desde su asiento privilegiado, a la derecha de Caelan, cómo los cortesanos reían y bebían, ajenos a las tensiones que ella percibía en el ambiente.
Caelan permanecía distante aquella noche. Su rostro, tallado en mármol frío, apenas mostraba emoción mientras escuchaba los informes de sus generales. Pero Liria había aprendido a leer en sus ojos, en la forma en que sus dedos tamborileaban sobre la mesa de roble. Algo lo inquietaba.
—¿Estás bien? —susurró ella, inclinándose ligeramente hacia él.
—Hay demasiados rostros sonrientes esta noche —respondió él en voz baja, sin mirarla—. Y muy pocos motivos para sonreír.
Liria siguió su mirada hasta el otro extremo del salón, donde Lord Harren con