En Norvhar, el silencio tenía textura. A veces era como terciopelo: denso, envolvente, difícil de romper. Otras, como hielo agrietado: frágil, traicionero, ruidoso cuando menos lo esperabas. Para Liria, ese silencio era el idioma en el que hablaban todos a su alrededor, especialmente el hombre con quien se había casado.Caelan.El rey de los ojos oscuros, del rostro cincelado por la disciplina y la guerra, del paso firme y la voz contenida. Desde que había llegado al castillo, Liria solo lo había visto tres veces. Una durante la ceremonia de bienvenida. Otra en su inesperada visita a la Torre de las Mareas. Y una tercera, apenas un cruce de miradas en la galería este, cuando él salía de la sala de guerra y ella pasaba acompañada por Auren.Esa vez, no hubo palabras. Pero hubo algo.Un instante de quietud entre ambos, como si los sonidos del castillo se detuvieran por un segundo para dar paso a otra cosa. No fue ternura. Ni atracción. Fue reconocimiento.Dos extraños que sabían que est
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