La noche había caído sobre Norvhar como un manto de terciopelo negro. Liria permanecía sentada junto a la ventana de su habitación, con el diario de Serelis abierto sobre su regazo. Las páginas amarillentas parecían susurrar secretos mientras sus dedos las recorrían con delicadeza. Afuera, la nieve caía en copos silenciosos, como si el mundo entero contuviera la respiración.
Durante días había estado revisando cada página, cada anotación, buscando algo que hubiera pasado por alto. Algo que explicara la desaparición de Serelis, algo que conectara los fragmentos dispersos que había ido recolectando como piedras preciosas en un camino oscuro.
—Tiene que haber algo más —murmuró para sí misma, pasando las páginas con frustración.
Fue entonces cuando lo notó. Un ligero abultamiento en la contraportada del diario, casi imperceptible. Sus dedos, ahora más sensibles a los secretos ocultos, recorrieron el borde del cuero gastado. Había algo allí, escondido entre el forro y la cubierta.
Con el c