ASHER WILSON
El taxi se estacionó frente a la mansión de Lucien, bajé las maletas. Ayudé a mi Clarita quien bajó con una sonrisa en los labios, esa sonrisa que nunca dejaba de provocarme ternura. Se abrazó a sí misma por el fresco aire de la tarde y alzó la vista hacia la fachada.
—Es... inmensa —murmuró, con los ojos muy abiertos—. Y tan majestuosa. Parece sacada de una novela.
—Es más grande de lo que recordaba —dije mientras acercaba las maletas a la puerta para tocar el timbre.
Ella giró sobre sus pies, observando cada detalle con esa dulzura tímida que la hacía tan especial. Había esperado tanto por este momento. Por estar aquí. Por ser parte de todo esto conmigo. Venir a Milán, conocer otro país y ver a mis primas que la adoraban como si ya fuera parte su familia.
Noté que nadie salía de la casa, volví a tocar el timbre, pero nada, miré por los barrotes y todo se veía desierto.
Saqué el celular y marqué el número de Addy.
—¿Asher? —respondió enseguida, como si hubiese estado esp