LUCIEN MORETTI
El silencio de la mansión era extraño. Estaba sentado en la sala junto a Silvano, tratando de distraerme con un vaso de whisky, pero mi mente no dejaba de dar vueltas: Addy se había ido casi corriendo con Anny, sin darme explicaciones. Y no era solo eso. Llevaba días viéndola distinta. Más cansada, más pálida, como si algo estuviera fuera de lugar.
Me pasé la mano por el cabello, inquieto.
—¿Dónde demonios se metieron? —murmuré, golpeando el vaso contra la mesa.
Silvano me miró de reojo, tranquilo como siempre.
—Lucien, si fuera algo malo, ya lo sabrías.
—Eso no me calma, Silvano. ¡Addy no estaba bien y Anny se la llevó sin decirme nada!
Me levanté y empecé a caminar de un lado a otro, la impaciencia creciendo en mi pecho. Y justo entonces, la puerta se abrió.
Addy entró primero, tan pálida como la luna, con los ojos brillantes de lágrimas. Detrás de ella, Anny cargaba una pequeña bolsa de regalo, con un lazo blanco en la parte superior.
Me levanté de inmediato.
—¿Dónde