ADELINE DE FILIPPI

El sol de la mañana bañaba las calles empedradas del pequeño pueblo con una calidez que parecía sacada de un recuerdo antiguo. Todo aquí tenía olor a pan recién horneado, a tierra húmeda y a historias no contadas. Asher caminaba unos pasos delante de nosotros, girándose cada tanto para asegurarse de que lo siguiéramos, con una sonrisa tan amplia que parecía que le dolía la cara de tanto reír.

—Este fue el primer lugar donde me metí al río sin permiso —dijo, señalando un sendero que bajaba hacia un cauce de agua cristalina rodeado de árboles frondosos—. Me castigaron una semana, pero valió la pena. Fue el mejor baño de mi vida.

Lucien se rió por lo bajo mientras lo miraba tomado de mi mano, trató de mantenerse serio pero no le duró mucho la seriedad. Asher tenía algo… algo que rompía defensas y nos contagiaba su alegría, nos empezamos a reir de sus travesuras y anécdotas y de pronto todo era como si nos hubiéramos conocido desde siempre.

—Te imagino completamente des