ADELINDE DE FILIPPI
La brisa de Milán estaba particularmente fresca esa mañana, y el cielo tenía esa tonalidad azul que me hacía pensar que todo saldría bien. Después de lo que descubrí anoche mi corazón necesitaba perderse en el trabajo, Lucien me dejó en la empresa y siguió a una reunión que tenía con Paolo. Llegué a la empresa como cada día, con mi bolso al hombro, el cabello recogido en una coleta elegante y una libreta en la mano llena de notas que quería revisar antes de la reunión con inversionistas.
Apenas crucé la puerta principal, las miradas se giraron hacia mí. Nada fuera de lo normal. Desde que Lucien me presentó como su prometida y socia, todos parecían tratarme con un respeto particular… y con algo más. Tal vez temor.
Pero yo solo quería trabajar en paz.
—Buenos días, Signorina De Filippi —saludó la recepcionista con una sonrisa educada.
—Buenos días, Giulia —respondí con una sonrisa breve, y subí al ascensor.
En el piso ejecutivo, la puerta del despacho se abrió antes