ANNELISSE DE FILIPPI
—Ya está lista la pasta —anuncié, removiendo la salsa por última vez.
Silvano sirvió los platos con una sonrisa dulce. Ambos nos sentamos en la mesa, frente a frente, con el cuerpo aún con rastros del deseo reciente. Yo llevaba su camisa, desabotonada justo hasta donde empezaban mis secretos, y él, ese pantalón de pijama que amenazaba con caer en cualquier momento.
—No está mal para ser tu primer intento de cocina post... orgasmo —bromeó, dándole el primer bocado.
—¡Silvano! —le lancé una servilleta.
—¿Qué? Estoy elogiando tus dotes culinarias y.… otros dotes —me guiñó un ojo con ese descaro que me derretía.
Reí bajito, y luego suspiré.
—¿Cuándo crees que den de alta a Paolo?
—Pronto, si sigue comiendo como lo alimenta Amelia. —Tomó un trago de vino—. Aunque yo diría que ya está más sano de lo que aparenta. Solo quiere seguir recibiendo cucharadas en la boca. Por lo que me dijo Noah, era probable que le dieran de alta mañana a primera hora.
—¿Y crees que Noah le pe