LUCIEN MORETTI
Salón de reuniones. 12 Pm
La sala estaba repleta.
Guardias. Choferes. Técnicos. Personal de monitoreo.
Todos alineados, en filas silenciosas, con los brazos cruzados o las manos atrás.
Muchos intercambiaban miradas confundidas. No había sido una reunión anunciada. Solo un aviso por radio: “presencia obligatoria en el salón central”.
Silvano y yo entramos por la puerta lateral.
Noah se colocó junto a la pantalla grande.
Paolo, armado. Oliver, en la parte trasera. Las puertas se cerraron haciendo que todos los que estaban adentro se pusieran nerviosos.
Tomé el micrófono.
No me gustaba dar discursos. Pero este no era uno.
Era un veredicto.
—Hemos sido traicionados.
El silencio se volvió más denso.
Ni una sola respiración pasaba desapercibida.
—Durante semanas, alguien nos ha estado observando. No desde lejos… desde dentro.
Vi cómo algunos miraban alrededor.
Vi el sudor en las sienes.
Vi los ojos que no querían levantar la vista.
—Hoy hicimos una limpieza. Pero no ha termin