LUCY MORETTI
Volver a casa nunca se había sentido tan bien.
Bajamos del auto con los dedos entrelazados, y el mundo parecía distinto. No había mariposas en el aire ni luces brillando, pero yo lo sentía así. Como si el cielo fuera más azul y las hojas bailaran solo para nosotros. Agus me sostuvo la puerta con una sonrisa que no le cabía en la cara, y yo bajé sintiendo que flotaba.
La mano de Agus entrelazada con la mía mientras caminábamos por el sendero de piedras que llevaba al jardín me hacía sentir como si el mundo estuviera exactamente en su lugar. Cada paso era un latido suave en mi pecho. No hablábamos, pero lo decíamos todo con esas miradas que solo nosotros entendíamos. Había una ternura distinta en su sonrisa, una calidez nueva en su forma de tocarme.
Yo estaba radiante. No por fuera, aunque Agus decía que sí, que tenía “esa luz que solo el amor verdadero deja en la piel”. Sino por dentro. Me sentía completa, como si un rompecabezas secreto se hubiera armado durante la noche