LUCIEN MORETTI
Bajé las escaleras con pasos lentos, el peso de la decisión colgando en mis hombros como una cadena invisible. Había pasado días hermosos en esta casa. Días en los que no era un mafioso. No era un Moretti. Solo era Lucien… el hombre que amaba a Adeline.
Pero la llamada de Paolo seguía repitiéndose en mi mente.
“Las cosas se están poniendo feas, Lucien. No podemos contener esto mucho tiempo más. Necesitamos que regreses.”
Respiré hondo al llegar al Despacho de tío Bastien, él estaba sentado en su sillón habitual, con una copa en la mano y el ceño fruncido mientras revisaba unos documentos. No había nadie más. Tía Kate y mamá estaban en el jardín cuidando de los rosales, y la casa tenía ese silencio cálido que pocas veces se da en las mansiones.
—¿Tiene un minuto? —pregunté con voz firme.
Tío Bastien alzó la mirada, su expresión endurecida por instinto. Siempre lo hacía cuando yo hablaba en ese tono. Era su forma de preparar el terreno, como un general al escuchar que alg