LUCIEN MORETTI
Había tenido un día largo, las complicaciones eran realmente grandes en la organización, tuve que poner orden y encargarme de algunos jefes que querían traicionarme, simplemente les volé la cabeza a ellos y a sus seguidores. Venía cansado, solo quería verla a ella, mi única paz, la única que me hacía olvidar la mierda en la que vivo, el aroma me llegó antes de verla.
Albahaca, tomate fresco, ajo dorado en aceite de oliva… Entré al comedor con el ceño fruncido, curioso, solo para encontrarme con la escena más hermosa que había visto en toda la semana.
Addy. Mi Addy.
De pie en el centro del comedor, con un vestido rojo sencillo pero perfecto, el cabello suelto en ondas suaves, y esa sonrisa nerviosa que me partía el alma de lo hermosa que era. Sobre la mesa, una cena italiana completa: bruschettas, lasaña casera, tiramisú y hasta una botella de Chianti respirando en una cubeta con hielo.
—¿Qué es esto? —pregunté, quitándome el saco y colgándolo en el respaldo de la silla,