Armand Santori
La noche era fría en el calabozo, aunque no tanto como los primeros días. El aire ya no olía a encierro sino a una calma rara. Michelle estaba tendido en la cama, con las vendas limpias y los ojos abiertos, mirándome como si buscara respuestas en mi rostro. Yo no podía dormir. Después de lo que dijo Bastien, el corazón me latía de otra forma: miedo, sí, pero también esperanza.
—Armand… —su voz fue baja, insegura—. ¿Estaremos juntos? ¿De verdad?
Me giré hacia él y lo abracé fuerte, sintiendo cómo su cuerpo delgado aún temblaba por dentro.
—Así es, Mish. —Le acaricié el cabello, como solía hacerlo mamá cuando él era niño—. Vamos a empezar desde cero. Al fin tendremos el futuro que nuestra madre siempre deseó para nosotros.
Sentí cómo se aferraba a mi camisa, como cuando tenía diez años y se escondía detrás de mí cada vez que nuestro padre llegaba borracho a casa. Tragué saliva y cerré los ojos.
—Mamá siempre quiso vernos lejos de todo esto… ¿lo recuerdas? Decía que algún